Lunes de post-revolución: ADIÓS A SADE, por Orlando Luis Pardo.


1. El deber más querido a los corazones verdaderamente republicanos es el reconocimiento que se debe a los grandes hombres; de la efusión de este acto nacen todas las virtudes necesarias al mantenimiento y a la gloria del Estado. Firmado con el cuño y letra del Ciudadano Sade, Marqués a la par que Miembro de la Sociedad Popular. Y leído en la Asamblea de la Sección de Picas, un domingo (casi ya lunes) de una revolución acaso no tan francesa como afrancesada, en otro 29 de septiembre, como hoy, pero de 1793.


2. Es Sade, el irreconocible tribuno parlamentario del Año II de la República Francesa: "Una e Indivisible", según el slogan de moda. Es Sade, el delirante demócrata demagógico: su palabra pública comienza allí donde su escritura privada se desvanece. Ante la ilusión histérica de la historia, nuestro hombre de Las 120 jornadas de Sodoma aparenta ser apenas un redomado. Es Sade, el simulador de sentido: grafómano antes que ninfómano. Es un Sade con Sida travestido de hombre político, cuya escritura paradójicamente resulta la menos política de su perversa poética (perversa no moralmente, sino por mera repetición de signos y síntomas).


3. El deber más querido a los corazones... Lo repito de nuevo aquí porque en pleno siglo XXI todavía no alcanzo a creerme tanto soso sadismo avant la lettre: El deber más querido a los corazones... Y aún así no consigo olvidar del todo la frase. Es violenta, es vigilante, es vil. Asume criminalmente cosas a título de los demás. Y, por supuesto, implica un castigo ejemplar. ¡Ay, de aquellos ciudadanos cuyos corazones no alcancen a albergar ese querido deber que implica el reconocimiento forzado de los grandes hombres!


4. Hay más. Mucho más. La Revoluterror tardó suficientes años a lo largo y estrecho de la década de los noventa (1790´s): la cifra exacta la supo sólo Fouché. Y Sade no era tan promiscuo como prolífico. Así que Sade le escribe incluso hasta al mismísimo Rey. Sade se luce con el ex-déspota ya a punto de decapitación (o, aún mejor, capadura). Sade, entre lloroso y mordaz, interroga al monarca Luis XVI a propósito de la fuga fallida del monarca Luis XVI: ¿Qué acabáis de hacer, Señor? ¿Qué acción habéis cometido? ¿Qué motivos podía obligaros a tal conducta? ¿Salíais de Francia como emigrante? ¿Pretendíais ir a vegetar a solas en algún rincón oscuro de Europa? En todos los corazones renace la esperanza, esperando que se anuncie vuestro retorno. Al parecer, el sutil Sade no sabe nada de la guillotina haciendo higiénicamente trizas al ancien régime: trizas-zas-zas...


5. En todos los corazones renace la esperanza... Lo repito de nuevo aquí para paladear con placer su fonía funny de fili(em)bustero: En todos los corazones renace la esperanza... Sospecho que Sade era un sentimental: París era un fiasco antes que una fiesta. O que Sade era simplemente un singao: París, ciudad abierta (de patas y de cabezas). O que Sade era simplemente un singao sentimental (París sí creía en lágrimas).


6. Pero aún hay más. No mucho más. El cuño y la letra del Ciudadano Sade, Marqués a la par que Miembro de la Sociedad Popular, no parecía caer nunca en desgracia. Así que Sade confiadamente se entretenía leyendo lúcida y lúdicramente (nada de lubricidades en esta tribuna abierta) en cada sesión de cualquier asamblea de mil setecientos noventa y nada. Sade se llena la boca con esos mayúsculos vocablos seminales: Razón, Virtud, Libertad, Tiranía, Dios, República, Pueblo, Nación, Decreto, entre otras mayeúticas Etcéteras cargadas de homúnculos a falta de espermatozoos.


7. Klossowski habla de un principio filosófico acelerado de monstruosidad integral (el barbarismo de la traducción es mío). Krafft-Ebing se explaya en toda una psychopathia sexualis sobre este caso. Kierkegaard y Kafka ya no tenían nada más qué decir: ellos apenas narraban hasta que el enfisema totalitario se los permitió. Pero en todo este aquelarre kitsch de la consonante k no me encajan para nada los discursos parlamentarios del Citizen o Citoyen Sade. Su hipocresía hipocrática es el primer hito de la nueva narrativa (sea francesa o franciscana) que se impuso al ritmo del chas-chas-chás en los tiempos de la Revoguillotlución.


8. Hoy, otro lunes 29 de septiembre (casi domingo aún) pero de 2008, cierro un pequeño libelo del Marqués de Sade, impreso en agosto de 1969 por la editorial Aries, en Argentina: Ècrits politiques (traducido también con los pies). En 1793 a Don Donaciano Sade le quedaba toda una vida para regurgitar entre rejas una disculpa para su discursografía: murió en 1814, sobreviviente incluso al imperio de Napoleón. Ese mea culpa terminó siendo su obra de ficción tenida ahora por sádica. Es un Sade travestido de bestia erosyaculante, cuya escritura es por supuesto la más política de su poética perversidad (poética no lírica, sino una roma degeneración de signos sintomáticos y síntomas significativos). Hoy, otro lunes 29 de septiembre (ya casi al amanecer) pero igual de 1793, tengo ganas de decirle adieu a las arengas rengas de ese marquesito pacato que fue el Sade más civilizado social: el Sade zoocial de los tocadores y culos y torturas y leches ha sido uno de los grandes hombres que inspiró el deber más querido a mi corazón verdaderamente repusblicano y esquizoincivil. Ojalá que de ese reconocimiento y de la efusión de este acto no renazcan, aquí y ahora, todas las virtudes necesarias al mantenimiento y a la gloria del Estado.

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